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Portada-Relieve de un pequeño velero hallado en la antigua Cartago y datado en el año 200 a. C., época en la que cartagineses y romanos luchaban por la hegemonía en el Mediterráneo. Museo Británico de Londres, Inglaterra. (Public Domain)

Tsunamis en el Mediterráneo: esperando la gran ola

Casi un siglo ha pasado desde el último gran tsunami de Europa: una ola de 13 metros de altura ocasionada por un terremoto frente a la costa de Sicilia que causó alrededor de 2.000 muertes.

Sin embargo, existen ocasiones en que los tsunamis del Mediterráneo han sido aún más destructivos: una gran erupción volcánica en la isla de Thera (Santorini) hace unos 3.500 años, generó una ola que arrasó la civilización minoica por completo dando lugar, tal vez, a la célebre leyenda de la Atlántida.

 

 

En la actualidad millones de personas viven a lo largo de la costa mediterránea, coexistiendo con volcanes y terremotos. Hace meses, un estudio publicado en la revista Ocean Science sugirió que un simple sismo de potencia media con epicentro en el Mediterráneo oriental podría desatar un tsunami capaz de afectar a un gran porcentaje de los 130 millones de personas que habitan en las costas mediterráneas.

Hace unos 3.500 años, una gigantesca ola arrasó la civilización minoica por completo. En la imagen, acceso a las cámaras reales del Palacio de Cnossos, el más importante de los palacios minoicos de Creta, Grecia. (Public Domain)

Hace unos 3.500 años, una gigantesca ola arrasó la civilización minoica por completo. En la imagen, acceso a las cámaras reales del Palacio de Cnossos, el más importante de los palacios minoicos de Creta, Grecia. (Public Domain)

Los tsunamis devastadores que azotaron Indonesia en el año 2004 y Japón en el 2011 fueron una llamada de atención. Desde el cambio de siglo han sido registrados 177 tsunamis, de los que cuatro se produjeron en la cuenca del Mediterráneo. Pese a que estos cuatro tsunamis fueron relativamente pequeños y nadie murió en ellos, la historia – y la sismología – sugieren que serán inevitables nuevas olas más destructivas. ¿Estamos preparados para “la mayor” de ellas?

El Mediterráneo, propenso a la actividad tectónica

El Mediterráneo es, por su propia naturaleza, propenso a la actividad tectónica (y volcánica) como resultado de la colisión de la placa africana con la parte occidental de la placa euroasiática. Durante los últimos 65 millones de años, dicha colisión dio lugar a la cordillera de los Alpes, que todavía sigue elevándose y cerrando el mar de Tetis, que separaba estos dos continentes en el pasado.

El mar Mediterráneo actual es el remanente del antiguo mar de Tetis, y también se está reduciendo conforme la placa africana continúa empujando unos 2,5 centímetros por año hacia el norte. Sin embargo, el límite entre estas placas no está claro y, debido a ello la región mediterránea está atravesada por líneas de falla activas que, junto con los movimientos de las placas, dan lugar a un ambiente tectónico complejo que implica riesgos sísmicos en toda la región.

Labores de aprovisionamiento de los supervivientes de un terremoto de magnitud 9 y un posterior tsunami llevadas a cabo por un helicóptero SH-60F en Japón en el año 2011. (Public Domain)

Labores de aprovisionamiento de los supervivientes de un terremoto de magnitud 9 y un posterior tsunami llevadas a cabo por un helicóptero SH-60F en Japón en el año 2011. (Public Domain)

Por otro lado, es cierto que la tectónica de la región mediterránea difiere en mucho de la de Indonesia o Japón: en los océanos Pacífico e Índico, el peligro tectónico resulta en gran medida motivado por la subducción por la que una placa se desliza por debajo de la otra. Enormes terremotos son muy comunes en los límites de la subducción, generando desplazamientos masivos en el fondo del océano, que ocasionan grandes tsunamis.

Aunque también existan áreas de subducción en el Mediterráneo, su escala es muy inferior, con menor desplazamiento y tsunamis más pequeños. De hecho los científicos defienden que el tsunami de 1908 sufrido en Sicilia no fue consecuencia directa del desplazamiento de placas, sino más bien el resultado de un deslizamiento de tierra en el lecho marino, generado por un terremoto.

A menudo no es el tamaño de un tsunami (o cualquier otro desastre natural) lo que provoca la devastación y la muerte, sino más bien el lugar en el que sucede. Pongamos un ejemplo: el mayor tsunami registrado en Alaska golpeó Lituya Bay en 1958 con una gran ola que alcanzó los 30 metros y de tal potencia que se adentró 500 metros valle adentro. Sin embargo, debido a su remota ubicación, sólo cinco personas perdieron la vida. Por el contrario, el tsunami de Indonesia del 2004, que en algunos lugares provocó una ola cercana a los 24 metros, golpeó una región densamente poblada, produciendo un impacto humano inimaginable.

Mapa en el que se muestran las principales ciudades de la cuenca mediterránea. (Public Domain)

Mapa en el que se muestran las principales ciudades de la cuenca mediterránea. (Public Domain)

Conociendo lo anterior, los tsunamis del Mediterráneo representan un riesgo significativo. Alrededor de 130 millones de personas viven en la costa mediterránea, a menudo en grandes ciudades: Barcelona y Argel, en el oeste (ambas con una población de 1,6 millones de personas), Nápoles y Trípoli, en la región central (con un millón de habitantes),  Alejandría (con 4 millones) y Tel Aviv (con 400.000 habitantes) al este.

El riesgo se agrava aún más por el hecho de que el Mediterráneo es relativamente pequeño y cerrado: cualquier tsunami podría extenderse a lo largo de toda la cuenca. El tiempo de advertencia, esencial para reducir al mínimo las pérdidas humanas, también sería pequeño. Además, el impacto económico podría ser significativo, ya que el Mediterráneo alberga grandes puertos y centros industriales.

¿Qué se está haciendo?

Poco se puede hacer puesto que las actividades sísmica y volcánica no pueden ni prevenirse ni preverse con precisión. Sin embargo, sí existen determinadas medidas que, en algunos casos,  han sido adoptadas para reducir el potencial impacto de los tsunamis en el Mediterráneo.

Vista panorámica del muelle deportivo de Barcelona, España, uno de los principales puertos del Mediterráneo. (Public Domain)

Vista panorámica del muelle deportivo de Barcelona, España, uno de los principales puertos del Mediterráneo. (Public Domain)

Tras el tsunami de Indonesia del 2004, la UNESCO creó el Grupo Intergubernamental de Coordinación de Alerta contra Tsunamis y Atenuación de sus Efectos en el Atlántico Nororiental, Mediterráneo y mares adyacentes (ICG / NEAMTWS). Dicho grupo se responsabiliza de monitorear la actividad sísmica, los niveles del mar y otros datos relevantes, así como de decretar las alertas cuando sean necesarias. Tales advertencias salvaron muchas vidas en Japón en el año 2011. Asimismo, el desarrollo de sistemas de alerta está progresando, pero es probable que aún esté lejana su disponibilidad y la generalización de sus avisos. Ante esto, la educación de las comunidades vulnerables resulta clave para que puedan identificar las señales de alerta y actuar en consecuencia.

Por desgracia, es muy probable que el Mediterráneo sufra un gran y devastador tsunami antes de que las advertencias y medidas preventivas puedan ser tomadas en serio. Sólo nos resta, por tanto, desear que la gran ola, cuando llegue, no sea tan destructiva como, a priori, cabría esperar.

Imagen de portada: Relieve de un pequeño velero hallado en la antigua Cartago y datado en el año 200 a. C., época en la que cartagineses y romanos luchaban por la hegemonía en el Mediterráneo. Museo Británico de Londres, Inglaterra. (Public Domain)

Autor: Matthew Blackett, profesor titular de Geografía Física y Riesgos Naturales de la Universidad de Coventry.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, y ha sido publicado con permiso previamente en La Gran Época.

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