Los huevos de Fabergé fueron opulentos regalos de Pascua creados para la realeza rusa
Casi todo el mundo ha oído hablar de los huevos de Fabergé, gracias a que ocupan los titulares porque alcanzan precios exorbitantes en las subastas. En un caso, en 2007, Christie's vendió el famoso huevo de reloj Rothschild por casi £ 9 millones a un postor misterioso. Sin embargo, pocos conocen la historia de estos extravagantes artefactos, además de tener alguna idea de que están relacionados de alguna manera con la monarquía rusa.
El fascinante viaje de estas opulentas creaciones comenzó en 1885, cuando el zar Alejandro III encargó al renombrado joyero Peter Carl Fabergé la creación de un excepcional regalo de Pascua para su esposa, la emperatriz María Feodorovna.
Nacido de las manos de hábiles artesanos, cada huevo Fabergé es una maravilla de la artesanía en miniatura. El huevo inaugural, conocido como huevo de gallina, presentaba una cáscara dorada que se abría para revelar una yema dorada que, a su vez, ocultaba una pequeña gallina elaborada con oro y gemas preciosas. Este exquisito regalo marcó el inicio de una extraordinaria tradición que perduraría durante más de tres décadas.
Coronación del emperador Alejandro III y la emperatriz María Feodorovna. (Dominio público)
Se despliega un legado real: los huevos de Fabergé y la monarquía rusa
La tradición alcanzó su punto máximo bajo el gobierno del hijo de Alejandro III, el zar Nicolás II. Entre 1885 y 1917, Fabergé elaboró un total de 50 huevos imperiales, cada uno de ellos con un diseño único y lleno de intrincadas sorpresas. Estos tesoros en miniatura no sólo celebraban la alegría de la Pascua, sino que también servían como símbolo de la unida familia Romanov.
Uno de los huevos más emblemáticos, el "Huevo de Invierno" de 1913, presentaba un delicado trineo en miniatura hecho de platino, diamantes y cristal de roca, que llevaba un pequeño huevo de Fabergé engastado con diamantes. Otra creación notable, el “Huevo de Coronación Imperial” de 1897, conmemoró la coronación de Nicolás II y Alexandra Feodorovna. Contaba con una carcasa de esmalte amarillo translúcido que dejaba al descubierto una delicada réplica del carruaje imperial.
La trágica desaparición en 1917 de la dinastía Romanov, que gobernó Rusia durante más de tres siglos, desde 1613 hasta 1917, marcó el fin de esta tradición real. Cuando los bolcheviques tomaron el poder durante la Revolución Rusa, se apoderaron de los huevos imperiales y los dispersaron por todo el mundo. Muchos se perdieron, algunos fueron destruidos, pero otros encontraron nuevos hogares en museos y colecciones privadas.
A pesar de su destino disperso, los huevos de Fabergé continúan cautivando al mundo con su intrincada belleza y significado histórico. La Casa Fabergé, que ha dejado una huella indeleble en el mundo del arte, sigue siendo sinónimo de la cúspide de la artesanía y el lujo.
Incluso hoy en día, los huevos de Fabergé siguen siendo relucientes recordatorios de una época pasada, una época en la que la opulencia imperial y la brillantez artística convergieron para crear tesoros que trascienden generaciones. Estas maravillas doradas, concebidas en el crisol de la monarquía rusa, siguen siendo faros de historia y opulencia, mostrando un legado que brilla con esplendor y ecos conmovedores de una era desaparecida.
Imagen de portada: El huevo Fabergé del Palacio Gatchina. Fuente: CC0 1.0 Universal
Autor Cecilia Bogaard
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