La realidad histórica de los 10 mandamientos de Moisés
Moisés es una importante figura para diversos credos religiosos, como pueden ser el judaísmo, el cristianismo, el islam y el bahaísmo. En todos ellos se le venera como profeta, líder espiritual, patriarca y legislador. Para el judaísmo, Moisés es el hombre encomendado por Dios para liberar al pueblo hebreo de la esclavitud en Egipto y conducirlo hasta la Tierra Prometida. Por su parte, la tradición judeocristiana atribuye a Moisés la autoría de los cinco primeros libros bíblicos: el Pentateuco.
Desde el punto de vista científico, no se ha encontrado hasta la fecha actual prueba arqueológica de su existencia. Más allá de la propia fe y de la creencia personal de cada cual, la falta de pruebas genera múltiples conjeturas e hipótesis sobre su figura y su persona. Por eso, hoy nos preguntamos: ¿quién fue Moisés? ¿Quién fue el único hombre que, tras el diluvio universal, contempló a Yahvé frente a él?
Según nos cuentan las escrituras bíblicas, Moisés era hijo de una mujer hebrea que lo abandonó en el río Nilo para luego ser adoptado, circunstancialmente, por una de las hijas del faraón de su tiempo, convirtiéndose de este modo en otro príncipe egipcio. Más tarde, pasados los años, yendo por el desierto dando un paseo, Moisés se encuentra con Yahvé por vez primera, quien decidió manifestársele bajo la forma de una zarza ardiente: una zarza que ardía sin consumirse. Yahvé lo convenció para que librase a su pueblo de la opresión faraónica. Moisés obedeció y liberó al pueblo de Israel de la esclavitud, guiándolo en la búsqueda de la tierra prometida por Yahvé.
Los padres de Moisés. Óleo. Isaac Askenaziy, Rusia, 1891. (Wikimedia Commons)
Sin embargo, dos hechos llaman poderosamente la atención en esta huida de Egipto y en la búsqueda de la tan anhelada tierra prometida.
Por un lado, Moisés hizo creer a un pueblo oprimido que a través suyo se había realizado un milagro separando las aguas del Mar Rojo para que ellos pudieran pasar sin sufrir daño alguno. 900 años después, Alejandro Magno, que había conquistado medio mundo, se amedrentó al observar cómo subía y bajaba la marea del río Indo y se dio media vuelta. Si a un aguerrido y conquistador ejército le daba miedo ver cómo cambiaba el nivel de las aguas, ¿qué habría pasado por la mente de unos esclavos que jamás habían salido de los campos de trabajo egipcios?
Por otro lado, Moisés tardó cuarenta años en llevar a su pueblo desde Egipto hasta lo que hoy conocemos como Israel. Sí: 40 años tardaron en recorrer unos 1000 kilómetros…Y gracias a una nube que les guiaba durante el día y a una estrella que les marcaba el camino durante las oscuras noches. Pero ¿qué opinan acerca de todo esto los expertos?
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¿Fue real el éxodo judío?
Si hacemos caso al especialista Israel Finkelstein, llegaremos a la conclusión de que el éxodo judío, sencillamente no existió. Israel Finkelstein es un arqueólogo y académico israelí, miembro del Instituto de Arqueología de la Universidad de Tel Aviv y co-responsable de las excavaciones en Megido (25 estratos arqueológicos, que abarcan 7.000 años de historia) al norte de Israel. Junto a Neil Asher Silberman ha escrito y publicado La Biblia desenterrada: una nueva visión arqueológica del antiguo Israel y de los orígenes de sus textos sagrados.
Para el experto arqueólogo Israel Finkelstein, Moisés sería un personaje de “una genial reconstrucción literaria y política de la génesis del pueblo judío, realizada 1500 años después de lo que siempre creímos". (Wikimedia Commons)
Para Finkelstein, El Pentateuco sería “una genial reconstrucción literaria y política de la génesis del pueblo judío, realizada 1500 años después de lo que siempre creímos". Según sus investigaciones al respecto, esos textos bíblicos son una compilación iniciada durante la monarquía de Josías, rey de Judá, en el siglo VII a. C. Su principal objetivo habría sido crear una nación unificada, que pudiera cimentarse en una nueva religión monoteísta. Con ello se quería constituir un solo pueblo judío, guiado por un solo Dios, gobernado por un solo rey, con una sola capital, Jerusalén y un solo templo, el de Salomón.
Según Finkelstein, esos relatos fueron embellecidos para servir al proyecto del rey Josías de reconciliar a los dos reinos israelitas (Israel y Judá) e imponerse frente a los grandes imperios regionales: Asiria, Egipto y Mesopotamia. Pero, ¿qué sucede si nos fijamos, exclusivamente, en el contenido de las dos tablas de piedra que bajó Moisés desde el Monte Sinaí, tras su sobrenatural encuentro?
Las tablas de la ley
Estas tablas contenían los Diez Mandamientos que Yahvé había ordenado a su pueblo. Unos mandamientos sagrados, de obligado cumplimiento, que cualquiera que decida analizarlos objetivamente, olvidándose de todos los prejuicios que puedan proporcionarle sus propias creencias judeo-cristianas, podrá comprobar que se trata de unas simple normas político-sociales para armonizar la convivencia entre clanes y, sobre todo, para favorecer el mando y las propiedades de los patriarcas.
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Moisés con las Tablas de la Ley. Óleo barroco de José de Ribera, 1638. Museo Nazionale di San Martino, Nápoles. (Wikimedia Commons)
Según los expertos y estudiosos, los actuales tres primeros Mandamientos (“Amarás a Dios sobre todas las cosas”. “No tomarás el Nombre de Dios en vano”. “Santificarás las fiestas”.) eran en realidad uno solo. La idea de Dios servía, en aquellas circunstancias en las que no había conciencia clara de patria o estado, como elemento conformador de una unidad tribal, a través de un Dios propio. Además, la orden de “santificarás las fiestas”, no era otra cosa más que la obligación de acatar las leyes y las tradiciones.
El cuarto Mandamiento (“Honrarás a tu padre y a tu madre”) se creó con la finalidad de lograr que los jóvenes, que eran los guerreros de las tribus y, en consecuencia, los poseedores de la fuerza real, se mostrasen sumisos ante los viejos patriarcas, dueños de los rebaños y señores del poder económico que se lograba a lo largo de los años y se mantenía, precisamente, gracias al orden y a las leyes preestablecidas.
“No matarás”, el Mandamiento número cinco se refería, exclusivamente, a los miembros de la propia tribu –como más adelante veremos que también ocurre con otro-, pero en absoluto se refería a la matanza de enemigos ni a la guerra con otras tribus. He aquí un claro ejemplo extraído del Antiguo Testamento:
Moisés se encolerizó contra los jefes de las tropas, jefes de millar y jefes de cien, que volvían de la expedición guerrera. Les dijo Moisés: “¿Pero habéis dejado con vida a todas las mujeres?” […] Matad, pues, a todos los niños varones. Y a toda mujer que haya conocido varón, que haya dormido con varón, matadla también. Pero dejad con vida para vosotros a todas las muchachas que no hayan dormido con varón. (Números 31, 13-14 y 17-18)
Moisés recibe la Ley en el Monte Sinaí y la transmite a los hebreos. Biblia de Grandval, manuscrito carolingio, c. 840 E.C. Museo Británico, Londres. (Wikimedia Commons)
El sexto Mandamiento: “no fornicarás ni cometerás actos impuros” quería decir que no se podía mantener ningún tipo de relación sexual sin la previa purificación del rito del matrimonio, que es lo mismo que decir “previo pago al padre por la hija de las cabras y camellos” que, entonces, tenía que entregar el novio si quería llegar más lejos de una enamorada mirada.
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“No robarás” y “no mentirás”, los actuales séptimo y octavo Mandamientos también fueron, originalmente, uno solo y, además, son muy fáciles de comprender en una sociedad basada en el trueque, como era la que formaban los huidos de Egipto. Resultaba indispensable una mínima ética comercial que evitase el robo y el engaño en las transacciones económicas y quién mejor que Dios para establecer dichas leyes.
Por último, los Mandamientos noveno y décimo (“No desearás la mujer de tu prójimo” y “no codiciarás bienes ajenos”) servían, simplemente, para evitar que los jóvenes solteros y carentes de propiedades robasen mujeres y rebaños para establecerse por su cuenta formando nuevos clanes independientes. Asimismo, hay que recordar que en el judaísmo se entiende como “prójimo” únicamente a los miembros pertenecientes al pueblo de Israel. Por tanto, tal y como vimos más arriba que sucedía con el quinto mandamiento (“no matarás”), no existía falta ni pecado en desear y codiciar esposas y bienes de otras tribus, etnias o pueblos.
Moisés y Aarón con el Decálogo. Oleo, 1692. Museo Judío, Londres. (Wikimedia Commons)
Las famosas tablillas fueron guardadas, según describen los textos bíblicos, junto con un trozo de maná, en un arca de oro, que fue depositada a su vez en el templo que un rey posterior, de nombre Salomón, construyó en honor a Yahvé… Pero esa ya es otra historia.
Imagen de portada: Gesto de Moisés al separar las aguas del Mar Rojo. Charlton Heston en la película "Los Diez Mandamientos", Paramount, 1956. (Wikimedia Commons)
Autor: Mariló T.A.
Referencias
Los 10 Mandamientos: la historia interna. https://www.jabad.org.ar/festividades/shavuot-festividades/los-10-mandamientosla-historia-interna/Diez Mandamientos.https://www.gotquestions.org/Espanol/Diez-Mandamientos.html
Moisés: ¿realidad o leyenda? https://wol.jw.org/es/wol/d/r4/lp-s/102004242
Los mandamientos de Dios: https://www.fatheralexander.org/booklets/spanish/mandamientos_dios.htm
EL ÉXODO NO EXISTIÓ: https://www.lanacion.com.ar/775002-el-exodo-no-existio-afirma-el-arqueologo-israel-finkelstein
Kochav, Sarah. Grandes civilizaciones del pasado: Israel, Barcelona: Folio, 2005.
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