“El nitrógeno de nuestro ADN, el calcio de nuestros dientes, el hierro de nuestra sangre, el carbono de nuestras tartas de manzana, se formaron en el interior de estrellas que se extinguían. Estamos hechos de materia estelar.”
“Estamos constituidos principalmente por agua, que prácticamente no cuesta nada; el carbono se valora como carbón; el calcio de nuestros huesos como cal; el nitrógeno de nuestras proteínas como aire (también barato); el hierro de nuestra sangre como clavos oxidados. Si solo supiésemos esto, podríamos sentir la tentación de coger todos los átomos que nos forman, mezclarlos juntos en un gran contenedor y agitar. Podríamos hacer algo así tantas veces como quisiéramos. Pero al final todo lo que conseguiríamos sería una tediosa mezcla de átomos. ¿Qué otra cosa podríamos esperar?”
“Comerse una manzana es un proceso increíblemente complejo. De hecho, si tuviera que sintetizar mis propias enzimas, si tuviera que recordar conscientemente y dirigir todos los procesos químicos necesarios para extraer energía de la comida, probablemente moriría de hambre.” (Extractos de la obra divulgativa Cosmos, de Carl Sagan.)
Todas y cada una de las instrucciones metabólicas necesarias para llevar adelante una vida celular activa fueron impresas, en algún momento de la historia, en una única, maravillosa y exquisitamente compleja molécula. Fuera el resultado de un largo proceso de pruebas y errores o fuese un cuidadoso diseño divino, los genetistas actuales no dejan de asombrarse e indagar acerca de los enigmas que encierra el universo de la molécula protagonista de nuestra biología: el ácido desoxirribonucleico o, simplemente, ADN.
Las moléculas de ADN contienen una apabullante cantidad de información. Si nos dedicáramos a escribir toda la información necesaria para la vida que porta esta molécula (y eso incluye acciones simples tales como digerir una manzana) podríamos llenar tranquilamente una biblioteca con una enciclopedia de un millar de tomos.
Si nos dedicáramos a escribir toda la información necesaria para digerir una simple manzana podríamos llenar una biblioteca con una enciclopedia de un millar de tomos. En la imagen, “Muchacha con manzanas”, óleo sobre lienzo del pintor August Macke (1887-1914). Galería municipal de Lenbachhaus, Munich. (Public Domain)
Si pudiéramos, mediante algún método especial, desenrollar todas las hebras de ADN que hay en nuestro cuerpo y colocarlas una detrás de otra, formando una cadena, la última molécula se encontraría en el gélido espacio, a una distancia ¡500.000 veces superior a la existente entre la Tierra y la Luna! Y todo esto logrado, simplemente, mediante cuatro componentes químicos llamados “nucleótidos”, dispuestos de forma alternativa en la molécula: solo cuatro “letras” para un alfabeto con el que se maneja todo nuestro cuerpo.
El código del ADN, comenzado a descifrar ampliamente en el célebre proyecto internacional “GENOMA”, ha sido desde siempre una continua fuente de sorpresas para los científicos de todo el mundo. Muchos investigadores estudian actualmente en el lenguaje genómico lo que creen que podría ser la prueba tangencial de la existencia de Dios. Como contrapartida, otros utilizan al mismo ADN como argumento indiscutible de que todos los seres vivientes procedemos de un ancestro común.
En los últimos años, muchos biólogos moleculares han intentado zanjar este sutil debate, creando grupos de colaboración junto a criptólogos, estadísticos y lingüistas, entre otros profesionales, con el fin de descifrar el mensaje oculto en esta gran molécula. Como resultado, no solo se ha enriquecido el conocimiento acerca del código, sino que en el año 2006 fue descubierto un segundo código, superpuesto al primero.
Si pudiéramos desenrollar todas las hebras de ADN que hay en nuestro cuerpo y las colocáramos una detrás de otra, la última molécula se encontraría a una distancia ¡500.000 veces superior a la existente entre la Tierra y la Luna!. En la imagen, comparativa a escala entre la Luna y la Tierra. (Public Domain)
Incluso los biólogos moleculares han descubierto que el código del ADN y el lenguaje humano no solo son comparables: son idénticos. Programas informáticos especializados han logrado, mediante un proceso de fragmentación de la secuencia genómica en millones de partes, identificar dichas mini secuencias como “palabras” de una gran enciclopedia.
Tras someter a estas “palabras” a la Ley de Zipf, conocida en lingüística por regir la totalidad de los idiomas humanos (desde el chino hasta el español), los científicos descubrieron boquiabiertos que el código genético obedecía de la misma forma a dicha ley. La llamada Ley de Zipf afirma que en un texto cualquiera, ya sea un libro o un artículo, la palabra más repetida aparecerá muchas más veces que la segunda más repetida, la que a su vez se repetirá mucho más que la tercera más repetida, y así sucesivamente.
El código genético parece regirse por la misma ley, lo que para muchos es el mayor indicio de una inteligencia superior. Además, cabe preguntarse si además de los dos códigos conocidos, aclarando que el descubierto más recientemente es de naturaleza secundaria, existen otros lenguajes ocultos dentro del mapa genético.
La Ley de Zipf afirma que en un texto cualquiera, la palabra más repetida aparecerá muchas más veces que la segunda más repetida, que a su vez se repetirá mucho más que la tercera más repetida y, así, sucesivamente. El código genético parece regirse por la misma ley. En la imagen, el Libro del Tesoro. Biblioteca Nacional de Rusia, San Petersburgo. (Cardeña2/CC BY-SA 3.0)
Lidiar con algunos de los misterios del ADN puede provocar un verdadero dolor de cabeza a los genetistas más materialistas, y el ADN “basura” no iba a ser la excepción. Los científicos han descubierto que el número de genes activos en nuestra especie – y en muchas otras, igualmente complejas – es sencillamente irrisorio.
Cerca del 96% de todo nuestro genoma es, a primera vista, inútil, no realizando ninguna actividad de importancia para la célula. La explicación racional dada por algunos científicos a este curioso hecho, es que esta porción genómica sería la que nos emparenta con todas las demás especies del planeta, incluyendo hongos, bacterias y los extintos dinosaurios, y que por esta razón no desempeña un papel vital en las funciones celulares, aunque sí demostraría que la evolución tuvo lugar a lo largo de millones de años. Dicha similitud genética (comprobada en todas las especies, sin lugar a dudas) podría convertirse en un espejismo letal a la hora de interpretar el verdadero origen del ADN.
De hecho, los científicos ya han descubierto que el lenguaje encerrado en esta porción latente de ADN podría desempeñar un importante rol en la vida del organismo. Integrantes oficiales del proyecto GENOMA humano declararon en enero del año 2007 que el ADN basura podría, en realidad, no haberse originado en esta Tierra mediante procesos químicos explicables.
Según algunos científicos, el hecho de que cerca del 96% de todo nuestro genoma sea a primera vista inútil se debe a que esta porción genómica es la que nos emparenta con todas las demás especies del planeta, incluyendo hongos, bacterias y los extintos dinosaurios. En la imagen, impresión artística de seis ornitópodos y un heterodontosáurido. (Public Domain)
De hecho, el mismo Francis Crick, codescubridor en 1953 de la estructura doblemente helicoidal de la molécula de ADN, observó que en la naturaleza no aparecían “indicios” evolutivos más simples de cadenas de ADN, sino que la molécula parecía simplemente haberse materializado de la noche a la mañana.
Los frutos obtenidos por la tecnología humana son poco menos que deslumbrantes. Desde los tiempos en que el hombre forjaba sus propias puntas de flecha hasta la actualidad, la humanidad ha desarrollado la capacidad de levantar edificios sobre el mar, diseñar aviones supersónicos, vigilar el espacio desde satélites y construir superordenadores. No obstante, hasta el momento la ciencia no ha podido crear nada tan complejo como para compararse, ni remotamente, a una célula: la unidad básica de todo organismo se presenta infinitamente más intrincada que cualquier supercomputadora creada hasta el momento por los humanos.
Desde el experimento realizado por Stanley L. Miller en 1953 (en el que consiguió obtener una ‘sopa’ de moléculas orgánicas mediante descargas eléctricas) hasta el presente, la ciencia no ha logrado acercarse mucho más en su intento de imitar la actividad genética.
La ciencia no ha podido crear aún nada tan complejo como para compararse a una célula: la unidad básica de todo organismo se presenta infinitamente más intrincada que cualquier supercomputadora creada hasta el momento por los humanos. En la imagen, diagrama del núcleo de una célula humana. (Public Domain)
Sin embargo, la idea de que una molécula como la del ácido desoxirribonucleico pudiera haber evolucionado a partir de estas sencillas moléculas orgánicas en un pasado remoto sigue fuertemente arraigada entre los círculos de científicos evolucionistas.
Aun cuando estadísticamente se ha demostrado que la posibilidad de que las combinaciones moleculares que pudieran dar lugar a la bacteria más simple en condiciones prehistóricas son de una entre 100.000.000.000, esta cifra sobrepasa en mucho a la de 1 entre 10 elevado a la 50ª potencia, que los estadísticos consideran como la práctica imposibilidad de que un fenómeno suceda.
De modo que la tecnología arquitectónica molecular lograda en el ADN, el cual contiene toda la información necesaria para que un ser viviente pueda crecer, reproducirse, alimentarse, metabolizar e interactuar con otros parece, si no obra de una inteligencia superior, al menos una de las maravillas más conmovedoras del universo.
Estructura química del ADN: dos cadenas de nucleótidos conectadas mediante puentes de hidrógeno, que aparecen como líneas punteadas. (Miguel Sierra/CC BY-SA 3.0)
Imagen de portada: De izquierda a derecha, las estructuras de ADN A, B y Z. (Public Domain)
Autor Leonardo Vintiñi – La Gran Época