Se investigan los restos de una embarcación Íbera hundida junto a la Costa Brava catalana
Antes de que los romanos pusieran pie en la península ibérica, ésta se hallaba habitada por los llamados pueblos prerromanos y, entre ellos, uno de los más importantes fue el de los Íberos. Organizados en tribus, construían sus poblados en lugares elevados, de difícil acceso que solían amurallar como protección ante posibles incursiones enemigas.
Tenían las labores agrícolas como base de su economía, destacando el olivo, el trigo, la vid y la miel como sus principales producciones. Además, usaban los bueyes como animales de tiro, los caballos para la lucha y las ovejas y cerdos para surtirse de ropa y alimento. Asimismo desarrollaron una gran labor artesanal que se aprecia en las joyas, armas, cerámica y tejidos que han llegado hasta nosotros. Destacaron también como grandes escultores: la “Dama de Elche” es un claro ejemplo de ello.
Ahora, un nuevo descubrimiento submarino, realizado en la zona más septentrional del cabo de Creus, parece confirmar que, además, eran una cultura de navegantes y abierta al mar.
La Dama de Elche, máximo exponente artístico de la Cultura Íbera de la Península Ibérica. (Alberto Salguero/CC BY-SA 3.0)
Segundo pecio cargado de antiguas ánforas
Bajo las aguas del litoral del Port de la Selva (Alto Ampurdán), junto a la Costa Brava catalana, yacen los restos de una embarcación de apenas 10 metros de eslora de entre los años 40 a. C. y 30 a. C. y que transportaba cien ánforas de vino en dirección a Narbona.
Según publica el diario El País, los expertos del Centre d’Arqueologia Subaquàtica de Catalunya (CASC), que han podido datar la embarcación gracias, entre otras cosas, a los objetos descubiertos pertenecientes a la marinería, han determinado que el Cala Cativa I es el segundo pecio estudiado en su totalidad tras el Cap de Vol: otra nave -también cargada con ánforas de vino- que permaneció más de 2000 años bajo las aguas del litoral catalán y que también había sido construida, muy probablemente, con la técnica de los íberos.
Durante este pasado mes de septiembre, los arqueólogos se han sumergido hasta el fondo arenoso, a más de 30 metros de profundidad, donde yacen los restos del Cala Cativa I. Apartando los miles de fragmentos del centenar de ánforas que transportaba (de unos 22 litros de vino cada una), han hallado 7 metros del casco de madera, la quilla y las cuadernas, con la misma tradición constructiva, propia de la costa mediterránea ibérica que en el Cap de Vol.
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Imagen de las tareas de investigación arqueológica llevadas a cabo hace unos años sobre el pecio Cap de Vol. (Fotografía: National Geographic España/CESC)
El hecho de que sea más pequeño que el Cap de Vol “también refuerza la idea de que estos barcos son de aquí, porque un barco tan pequeño no sería de otro lugar y vendría a comerciar a esta costa. Es la evolución perfecta que necesitábamos, al ser más pequeño y más antiguo defiende nuestra teoría. La importancia del Cala Cativa I y del Cap de Vol radica en que será un antes y un después para entender la relación de la cultura Íbera con el mar: son los inicios de la producción de este vino que procede de la zona del Baix Llobregat, de Badalona (Baétulo) y Mataró (Iluro) y va hacia Narbona; es el principio del comercio de este vino”, aseguraron a El País el director del Museo Arqueológico de Cataluña-CASC, Gustau Vivar y su equipo.
Los especialistas consideran que, a partir de ahora, cada vez descubrirán más pecios con este sistema constructivo íbero, basado en barcos planos puesto que la costa catalana de entonces no era como la actual: en ella había importantes marismas y lagunas interiores, y con embarcaciones de este tipo podían pasar del Mediterráneo a las aguas dulces sin tener que cambiar de naves.
Una campaña difícil y pionera a nivel tecnológico
No ha sido ésta una campaña fácil: la gran profundidad ha obligado a los científicos a realizar 20 minutos de descompresión por cada media hora de inmersión en las aguas mediterráneas. Sin embargo, gracias a la colaboración del Departamento de Antropología de la Universidad del Sur de California los arqueólogos del CASC están empleando, de modo pionero a nivel mundial, varios iPads adaptados con cajas estancas para poder trabajar en el fondo del mar. La universidad americana, ha aportado este material para poder dibujar a tiempo real las características del pecio.
El Departamento de Antropología de la Universidad del Sur de California, colaborando con la investigación, ha aportado unos Ipads en cajas estancas, pioneros a nivel mundial, con los que los científicos pueden dibujar bajo el agua en tiempo real. (Fotografía: Espejo de Navegantes/ABC)
Además, la presencia del submarino Ictineu 3 ha facilitado aún más las inmersiones, según han publicado el diario ABC y el blog de arqueología naval “Espejo de Navegantes”.
Se trata de un gran avance para la arqueología española, ya que el Ictineu es el primer submarino científico construido en Cataluña desde los dos Ictineus que el ingeniero Narcís Monturiol construyera en 1859 y 1864 respectivamente.
Réplica del submarino Ictineu I (1859) de Narcís Monturiol a la entrada del Museu Marítim en Barcelona. (Gepardenforellenfischer / CC BY-SA 2.5)
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El aparato, construido por la empresa Ictineu Submarins SL es un artefacto absolutamente puntero desde un punto de vista tecnológico lo que lo convierte en un instrumento ideal para el estudio y la conservación de los ecosistemas marinos y del patrimonio arqueológico subacuático.
El submarino Ictineu 3, junto a los restos del Cala Cativa I. (Fotografía: Espejo de Navegantes/ABC)
Historia de un descubrimiento
El Cala Cativa I fue descubierto hace 121 años por Romuald Alfaràs, un vecino de El Port de la Selva y claro precursor de la arqueología subacuática. Según Gustau Vivar “con lo que sabían y con los medios de que disponían, hicieron seguramente una de las primeras actuaciones con cara y ojos de Europa; aunque en otros sitios también se hacía. Fue un pionero”.
En agosto del año 1894, tras recuperar unas sesenta ánforas del fondo del mar, Alfarás escribió un artículo describiendo su experiencia en el Boletín de la Asociación artístico-arqueológica barcelonesa. Según consta en dicho artículo, Alfarás había hecho caso de un recuerdo de su infancia: un pescador del pueblo, tras comprobar que no contenía ningún tesoro, le regaló a su abuelo un ánfora que había quedado enganchada al anzuelo por el asa.
Habló con buzos y pescadores, contrató a tres de ellos e invitó a la expedición a dos artistas amigos suyos que veraneaban en la localidad. Uno de ellos, Frederic Marés, financió parcialmente la expedición a cambio de quedarse con parte de lo encontrado.
Cala Cativa, bajo cuyas aguas se encuentran los restos del pecio descubierto hace más de un siglo por el vecino de El Port de la Selva, Romuald Alfaràs. (Fotografía: Ayuntamiento del Port de la Selva)
El 22 de agosto de 1894 zarparon del puerto, y durante dos días, equipados con escafandras y cuerdas de esparto y cáñamo, estuvieron sacando del agua ánforas de diferentes formas y tamaños, hasta recuperar un total de 62 de las que unas 40 se hallaban casi en perfecto estado. A día de hoy estos tesoros arqueológicos se encuentran expuestos en el Museo Arqueológico de Cataluña y en la Fundación Marés.
En 1895, Alfarás quiso volver a los restos del naufragio. Sin embargo, en la Comandancia Marítima tuvieron noticia del hallazgo y le comunicaron que debería vender lo que encontrara y repartirse el beneficio a partes iguales con el propietario del “terreno”, es decir: el Estado. Alfarás se negó en rotundo y olvidó para siempre aquel pecio que ahora, más de un siglo después, vuelve a hacer historia.
Imagen de portada: Arqueólogos trabajando sobre los restos del pecio íbero Cala Cativa I. (Fotografía: Espejo de Navegantes/ABC)
Autor: Mariló T.A.
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