Los mexicas –también conocidos como aztecas- fueron el último grupo nahuatlaco que llegó hasta la cuenca de México a finales del siglo XIII, cuando la mayor parte de los territorios centrales ya habían sido ocupados, motivo por el cual se vieron obligados a luchar de modo incansable hasta lograr establecerse en el gran lago sobre el que construyeron su espléndida capital: Tenochtitlán.
Disponiendo de una economía básicamente agrícola, el cultivo del maíz, la calabaza, el frijol, el huautli y la chía representaron sus productos fundamentales, preparando tierras flotantes que fijaban mediante la siembra de árboles de raíces profundas. Unas tierras a las que llamaron chinampas. Tambien la caza con arco, flechas y lanzamiento de dardos, así como la pesca por medio de redes, anzuelos y arpones formaban parte importante de sus actividades económicas.
Maqueta de la antigua Tenochtitlán. Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México, México. (Public Domain)
Pero además de lo anterior, el pueblo mexica fue un pueblo artístico y escultor, creando obras de todos los tamaños en las que plasmaban temas religiosos o de la naturaleza. En las esculturas más grandes solían representar a dioses y reyes, mientras que las más pequeñas las utilizaban para representaciones de animales y objetos comunes. Para ello usaban como materias primas piedra y madera que solían decorar con pinturas de colores o incrustaciones de piedras preciosas.
Ahora, según se indica desde la web oficial del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) mexicano, nuevos estudios han concluido que los antiguos mexicas usaban dos paletas pictóricas: una de ellas, impresa en los códices, que abarcaba una veintena de colores, y otra menor, de sólo cinco tonos, con la que dieron vida a la pintura mural y a las esculturas de gran formato.
Unas conclusiones que se han dado a conocer por el arqueólogo Leonardo López Luján, investigador del INAH, durante la inauguración de un Coloquio Internacional dedicado a la escultura policroma, la pintura mural y los códices que se está llevando a cabo en la capital mexicana.
Chac mool decorado con vivos colores. (Fotografía: Manuel Curiel/INAH)
El experto detalló que una posible explicación a la reducida paleta de los murales y la escultura mexicas, radicaría en la necesidad de resistir a los efectos de la intemperie, lo que requería pigmentos más resistentes. De ahí que estos sean de carácter inorgánico, mientras que los códices, al ser custodiados en palacios, tenían un cromatismo más rico basado en pigmentos orgánicos.
“Una paleta de cinco colores en la escultura mexica: ocre, rojo, azul, blanco y negro, podría aludir no sólo a cuestiones prácticas, sino al simbolismo asociado a los puntos cardinales y al centro”, añadió López Luján.
El azul se obtenía mezclando una arcilla que podría provenir de la península de Yucatán (usada para producir el azul maya) con la planta del índigo. El blanco era calcita, el negro procedía del carbón vegetal, el rojo de la hematita, y el rojo vino lo conseguían a través de una mezcla de hematita y titanomagnetita. Además, modernos estudios de Espectometría de Masas han revelado que probablemente fijasen estos colores con mucílago de orquídea.
Eduardo Matos Moctezuma, (izquierda) profesor emérito del INAH, y Leonardo López Luján, (derecha), director del Proyecto Templo Mayor, durante la presentación del Coloquio Internacional Χρώμα (croma) Color Tlapalli. (Fotografía: Mauricio Marat/INAH)
El color en el mundo prehispánico se convirtió en un asunto de análisis a partir de la década de los años 70 del siglo pasado. El hito, concretamente sobre la escultórica mexica, vendría con el hallazgo del monolito de la diosa Tlaltecuhtli, el 2 de octubre de 2016, en las inmediaciones del Templo Mayor de México-Tenochtitlan, de la cual se pudo conservar su policromía.
Según asegura Leonardo López Luján, el color imprime vida, naturalismo y realismo a las esculturas; pero también sirve al espectador para que logre una mejor legibilidad de la obra; así como para transmitir códigos y significados muy específicos sobre las mismas.
Antiguo portaestandarte de basalto mexica. (Fotografía: Héctor Montaño/INAH).
Imagen de portada: Olla Tláloc. Cerámica policromada. (Fotografía: Héctor Montaño/INAH)
Autor: Mariló T. A.