La tumba de la conocida como Reina Roja se encuentra en el interior del Templo XIII, entre las ruinas de la antigua ciudad maya de Palenque. Cuando los investigadores abrieron la tumba en el año 1994, se quedaron asombrados: frente a ellos tenían el descubrimiento más increíble que habían realizado jamás. Habían hallado una tumba de una extraordinaria belleza y, en su interior, descubrieron un sarcófago. Dentro del sarcófago pudieron observar los restos de una mujer de la nobleza junto con algunos objetos, cubiertos unos y otros con polvo de cinabrio rojo.
El esqueleto se encontraba decorado con una impresionante colección de perlas, jade, conchas y agujas de hueso. El cráneo había sido adornado originalmente con una diadema elaborada con cuentas de jade, planas, de forma circular. El pecho de la mujer se había cubierto, asimismo, de fragmentos planos de jade y obsidiana. Una máscara funeraria a base de piezas de malaquita cubría su rostro. Además, dentro del sarcófago los arqueólogos encontraron una concha marina con una pequeña figurita de piedra caliza en su interior.
Tumba de la Reina Roja (Templo XIII), Palenque, Chiapas (México) (CC BY 3.0)
Sus restos fueron trasladados al laboratorio del Instituto Nacional de Antropología e Historia mexicano. Tras examinarlos se descubrió que esta mujer había vivido entre los años 600 d. C. y 700 d. C., que había muerto, aproximadamente, a los sesenta años de edad y que estaba afectada por osteoporosis. Eso sí, los investigadores no pudieron ocultar entonces su decepción al no encontrar en la cámara funeraria ninguna inscripción o indicación que les permitiera confirmar el nombre de la difunta.
Sin embargo, los especialistas del INAH han llevado a cabo recientes investigaciones, con técnicas de arqueología experimental y microscopía, sobre 44 piezas de la máscara, las orejeras, la diadema y el collar de tan distinguido personaje. Tras estudiar al milímetro su manufactura −y después de comparar dicho ajuar con otros objetos palencanos y de la zona de influencia maya−, los resultados vincularían a la reina −o a los artesanos de su máscara−, con antiguas urbes del golfo de México.
Los estudios realizados sobre 44 piezas de la máscara, las orejeras, la diadema y el collar de la Reina Roja la vincularían con antiguas urbes del golfo de México. (Fotografía: Héctor Montaño/INAH)
Según se explica desde la propia página web del INAH, el arqueólogo Emiliano Melgar Tísoc trabajó a lo largo del 2015 con una muestra de 44 piezas pertenecientes a la diadema, las orejeras y el collar, elaborados con jadeíta, así como de la máscara de malaquita. En la investigación se utilizó una cinta de polímero que, combinada con gotas de acetona de tamaño capilar, permitió elaborar réplicas de los objetos de mayor importancia, o mejor conservados, en las que se caracterizaron las huellas de su manufactura.
Pese a la fragilidad de la malaquita, incluso recién tallada, (característica por la que resulta inusual utilizarla para arreglos funerarios), fue posible copiar segmentos representativos de las 119 incrustaciones de dicho mineral que conforman la máscara mortuoria.
Estudios de arqueología experimental sobre malaquita. (Fotografía: Emiliano Melgar/INAH)
“Al trabajar con piezas en negativo —las réplicas en polímero— agilizamos la investigación, además de que pudimos hacer pruebas en microscopio electrónico y reconstruir con precisión la secuencia de elaboración que siguieron los artesanos prehispánicos”, comentó Emiliano Melgar, especialista del Museo del Templo Mayor.
Los resultados de microscopía se cotejaron posteriormente con otros estudios que Melgar ha dirigido en diferentes objetos de lapidaria del área maya, entre ellos del propio Pakal II, o la de su padre K’an Mo’ Hix, enterrado en el Templo Olvidado, para determinar si diferían en la técnica de su manufactura.
Se determinó que, si bien, los cortes e incisiones con obsidiana y las perforaciones de pedernal en los adornos de la Reina Roja coinciden con el resto de los objetos palencanos estudiados, no lo hacen con respecto a su técnica de desgaste y pulido: arenisca y bruñido en piel, diferente al de caliza y jade que suele caracterizar a los ajuares encontrados en Palenque. Todo ello, sumado a la ausencia de residuos de malaquita en la tumba −y en general dentro de toda la zona arqueológica−, plantea la posibilidad de que el ajuar fuese elaborado fuera de Palenque y llevado a la ciudad precisamente para su uso durante las exequias de la Reina Roja.
El arqueólogo del INAH, Emiliano Melgar, estudiando la réplica de la máscara de la Reina Roja. (Fotografía: Proyecto Estilo y Tecnología de los Objetos Lapidarios en el México Antiguo/INAH)
“Esta marcada diferencia indica que las piezas de la Reina Roja fueron elaboradas por un taller de artesanos distinto, el cual pudo haber impreso un sello de etnicidad en el conjunto”, señala Melgar.
Además, el experto vincula dicha técnica con la ya observada en yacimientos de la planicie costera del golfo de México y Campeche, como Moral Reforma, Comalcalco, Calakmul o la isla de Jaina. Asimismo, Pichucalco, el yacimiento de malaquita del cual se ha planteado que puede proceder el mineral de la máscara, se encuentra precisamente en esa región.
Otra teoría, basada en la propuesta del arqueólogo Arnoldo González, descubridor del enterramiento, defiende la posibilidad de que la Reina Roja se identifique como Tz’ak-b’u Ajaw, oriunda de una urbe ligada políticamente a Palenque, llamada Ox te’kuh. Un lugar posiblemente cercano a la mina de malaquita de Pichucalco, por lo que en sus ornamentos fúnebres plasmaron su origen. Sea como fuere, lo único cierto es que harán falta más estudios para ubicar los yacimientos de malaquita y piedras verdes que fueron explotados en la época prehispánica. Ahora los científicos intentarán localizar dentro de Palenque talleres de lapidaria contemporáneos al enigmático sarcófago, objeto que por sí mismo —hasta el momento no se sabe de otras mujeres de esa época inhumadas en un sepulcro— indica que perteneció a un personaje trascendental.
Imagen de portada: Detalle de la osamenta de la Reina Roja, llamada así por el tono escarlata que presentan sus restos debido al efecto de los casi tres centímetros de polvo de cinabrio que la cubrían. (Fotografía: Michel Zabe/INAH)
Autor: Mariló T. A.