Hace 39 años la arqueóloga Elsa Hernández Pons descubrió nueve esculturas erguidas, de más de 580 años de antigüedad, formando parte de una antigua ofrenda sobre los peldaños de la Etapa III del Templo Mayor, correspondientes al periodo en que Tenochtitlan era gobernada por Itzcóatl (1427-1440). Ahora, expertos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), a través del análisis de su policromía, han revelado que representan a los hermanos caídos de la diosa lunar Coyolxauhqui y a las deidades del pulque y de la lluvia.
Según se explica desde la propia página web oficial del INAH, dentro del mito que recrea el ascenso del Sol, encarnado por Huitzilopochtli, y el ocaso de la Luna a través del cuerpo cercenado de Coyolxauhqui, los centzonhuitznahuah o 400 sureños — hermanos arengados por la diosa para acabar con el dios de la guerra—, suelen ocupar un papel secundario. Sin embargo, el arqueólogo Diego Matadamas, investigador del Proyecto Templo Mayor (PTM) del INAH, ha penetrado en los poros de tan misteriosos personajes, hasta conseguir su identificación.
Las nueve esculturas encontradas por la arqueóloga Elsa Hernández Pons hace 39 años. (Fotografía: Mirsa Islas. Proyecto Templo Mayor INAH)
Diego Matadamas comentó que todas las esculturas visten un moño de papel en la nuca, dos orejeras cuadrangulares y un braguero en la cintura que cuelga por delante y por detrás. Cinco usan una diadema de turquesa y también son cinco los que utilizan la nariguera de los dioses lunares. Simbolizando a los centzonhuitznahuah, debieron estar colocadas sobre la plataforma donde se alzaría un monumento de la diosa Coyolxauhqui, recreando el enfrentamiento de los seres lunares con el dios solar. Por ello algunas esculturas portan hachas de obsidiana en la mano derecha y otras figuran protegerse el corazón con las manos sobre el pecho.
Asimismo, el experto explicó que, a partir del estudio de la policromía, en el que también colaboraron los especialistas Michelle De Anda Rogel, del PTM, y Martha Soto Velázquez, se observaron rasgos de las deidades del pulque y del agua, que muestran la integración de los conjuntos de dioses innumerables en la cosmovisión de los mexicas.
En principio se tomaron una serie de fotografías de alta resolución de cada escultura. Después, se crearon altos contrastes de las imágenes para poder resaltar las concentraciones de color que no son tan evidentes. Para corroborar estos datos se recorrió la superficie de cada pieza de manera puntual con un microscopio digital de 200 aumentos, en busca de residuos de color aislados en los poros de la piedra.
Disco de piedra con la imagen de la diosa Coyolxauhqui desmembrada. Fue hallado en Ciudad de México en el año 1978, y su descubrimiento condujo a la realización de excavaciones en el Templo Mayor. (miguelão/CC BY-SA 2.0)
La información se registró en diagramas digitales que fueron contrastados con imágenes de códices prehispánicos y coloniales, así como con otras esculturas, para hallar coincidencias. La última etapa del estudio consistió en la realización de modelos reconstructivos que muestran su probable estado original. Durante el análisis se encontraron diferencias en la aplicación del color.
“En ocasiones estaba directamente en la piedra, mientras que en otros casos había una capa preparatoria de estuco sobre la que se aplicaron los diseños. Independientemente de la técnica, los pigmentos se encontraron casi siempre en los mismos lugares. Lo sorprendente es que combinan los colores propios de las divinidades del pulque y los seres estelares que lucharon contra Huitzilopochtli (por ejemplo, un chictlapanqui o banda vertical roja en el centro del rostro flanqueada por bandas verticales negras) con los característicos de las divinidades pluviales (cuerpo negro con manos y pies rojos), reiterando así el patrón binario del Templo Mayor”, ha continuado señalando el científico mexicano.
Arqueólogos y expertos crearon altos contrastes en fotografías de alta resolución de cada escultura, lo que hizo posible observar sus colores en un tono más intenso. (Fotografía: PTM-INAH)
Así pudieron observar que el color rojo aparecía sobre rostro, manos, pies, orejas, orejeras y muñequeras. El azul en diademas, orejeras, brazaletes y sobre el pectoral de un par de ellas. El ocre en boca, orejeras y pantorrillas, aunque en un caso se encontró también sobre el torso.
El blanco decoraba moños, bragueros, muñequeras y narigueras. Por último, el negro aparecía siempre sobre el cuerpo y el rostro. Asimismo, todas las figuras portan elementos de los dioses del pulque como la nariguera lunar, la pintura facial de doble color y la diadema de turquesa. Además, en todas las piezas se ha observado la presencia de restos de una sustancia negra sobre su faz, posiblemente hule o chapopote:
“Creemos que este material fue aplicado durante el ritual de enterramiento, ya que se encuentra por encima de la policromía. Los símbolos del pulque de las esculturas las vinculan con estos personajes, bebida que era ligada con la luna. La nariguera es una alegoría al astro en donde habitaba un conejo que a la vez estaba rellena de agua o de pulque. Por lo tanto, si Coyolxauhqui es la representante de la luna en el mito, es justo pensar que los dioses del pulque fueron sus hermanos y lacayos, juntos figuran las fuerzas de la noche que combaten contra Huitzilopochtli”, añadió Matadamas.
Detalle de los pigmentos presentes en una de las esculturas gracias al microscopio digital. (Fotografía: Michelle de Anda/PTM-INAH)
Por otra parte, dos tallas muestran rasgos de los tlaloque o servidores de Tláloc, encargados de traer la lluvia: una de ellas presenta anteojeras y dos gruesas líneas amarillas que se unen en el centro de su rostro. Una efigie más, la cual fue cubierta con estuco para convertirla en dios del pulque, oculta a su vez una figura de Tláloc. Diego Matadamas refirió que los conjuntos de dioses innumerables: los huitznahua, los tlaloque, los mimixcoa y los dioses del pulque, tienen la capacidad de mezclarse y de combinar sus atributos, por lo que en ocasiones llegan a fundirse.
“Al concluir la tercera etapa constructiva del Templo Mayor se tomó la decisión de sepultar estas esculturas en un complejo ritual que debió ser considerado un sepulcro, ya que junto a ellas se encontraron dos máscaras de cerámica y una estaca de madera con la representación de cráneos humanos como símbolos del inframundo y la muerte. Asimismo, fue encontrado un sahumador, elemento que quizá se usó para sacralizar dicho ritual”, apostilló el experto arqueólogo.
Imagen de portada: Miembro del equipo científico analizando la superficie de una de las efigies con un microscopio digital de 200 aumentos, gracias al cual se pudieron registrar los restos de color conservados en los poros de la piedra. (Fotografía: PTM-INAH).
Autor: Mariló T. A.