A diferencia de los antiguos textos griegos y latinos, los jeroglíficos egipcios se han mantenido en su mayor parte inaccesibles al entusiasta medio de la historia antigua. Pero este hecho está empezando a cambiar gracias a la colección de textos traducidos al inglés por lectores modernos y transcritos a un volumen por primera vez. Los relatos y documentos legales incluidos en este libro nos revelan una visión más clara de cómo era la vida cotidiana de los antiguos egipcios.
Este nuevo libro, titulado Writings from Ancient Egypt (‘Escritos del antiguo Egipto’) es obra del egiptólogo Toby Wilkinson, miembro del Clare College de la Universidad de Cambridge. Wilkinson creó el volumen para permitir al público en general ser testigo de la belleza y, como podemos leer en ‘The Guardian’, “rica tradición literaria” del antiguo Egipto, creada a lo largo de 3.500 años y presente en los textos que cubren innumerables papiros y muros de tumbas. Wilkinson explica en The Guardian que “Lo que va a sorprender a la gente serán los entresijos tras la conocida fachada del antiguo Egipto, tras la imagen que todo el mundo tiene de los faraones, la máscara de Tutankamón y las pirámides.”
Estela de Minnakht, jefe de escribas durante el reinado de Ay (c. 1321 BC). (Clio20/CC BY SA 3.0)
Uno de los más interesantes textos incluidos en la colección es un testamento que sugiere que las disputas familiares no constituyen un fenómeno novedoso. El documento, denominado Testamento de Naunakht, nos cuenta la historia de una mujer que decidió que solo algunos de sus ocho hijos fueran beneficiarios de su patrimonio, desheredando claramente al resto por no cuidar de ella cuando era anciana.
Naunakht era una mujer que vivía en Tebas al final del período del Imperio Nuevo. Su testamento y últimas voluntades fueron escritas (o ‘dibujadas’) en noviembre del 1147 a. C., el tercer año del reinado de Ramsés V. Se casó en dos ocasiones, primero con un escriba y más tarde con un obrero de tumbas. Al igual que otras mujeres del Egipto de los faraones, gozaba de idénticos derechos que sus conciudadanos masculinos. Naunakht decidió ejercer la opción de disponer de sus bienes de la manera que le pareció más conveniente, dando pie probablemente a una creciente agitación en su familia que se recrudecería en el momento de su muerte. Leemos en el testamento de Naunakht:
En cuanto a mí, soy una mujer libre de la tierra del Faraón. Crié a estos ocho súbditos tuyos y les di un hogar – en todo tal como se hace habitualmente con los de su categoría. Pero, mirad, he envejecido, y resulta que me lo pagan no cuidando de mí. A aquellos de mis hijos que me ayudaron, les lego mis propiedades; a los que no, no les lego mis propiedades. (Wilkinson, 2016)
Mujer egipcia transportando mercancías. Figurita de una ofrenda de la Dinastía XI. (Titi Sitria/CC BY SA 3.0)
Naunakht no solo contradice la práctica habitual de dividir el patrimonio de forma equitativa entre todos sus descendientes, sino que especifica de forma explícita las razones por las que algunos de sus hijos no eran dignos de su herencia (uno de ellos, por ejemplo, ya había recibido y gastado su “parte correspondiente” de utensilios de cobre). Leemos en el testamento:
Y en cuanto a mi caldero de cobre, que le di para que se comprara pan, y la herramienta d cobre […] y el vaso de cobre […] y la azuela de cobre […] – todo ello constituye su parte. Este hijo mío no recibirá cobre alguno de mi parte de ahora en adelante; será para sus hermanos y hermanas. (Wilkinson, 2016)
Quizás resulte aún más sorprendente que Naunakht incumpla una norma habitual entre las madres actuales al desvelar el secreto de que sin duda tenía favoritos entre sus hijos. De hecho a su preferido le legó su bien más valioso: una pila para lavar de bronce. Como podemos leer en el propio testamento: “Ella dijo, ‘Le he dado una pila para lavar de bronce como bonificación además de la parte que le correspondía, y también diez sacos de cereal (farro).’ (Wilkinson, 2016)
Finalmente, el testamento de Naunakht estipula que toda la familia debía estar reunida para una segunda audiencia legal un año más tarde, a fin de confirmar la aceptación de sus últimas voluntades. Aquellos que cuestionaran la validez del testamento en el futuro podían recibir un severo castigo: “cien azotes” − y sus propiedades.
Grupo familiar, estatuilla de piedra caliza en la que se observa a un hombre en el centro, flanqueado por dos mujeres. Imperio Nuevo (c. 1850-1800 a. C.) (Public Domain)
Entre los demás textos de Escritos del antiguo Egipto podemos encontrar la narración de un marinero naufragado, la historia de una serpiente gigante que reina en una isla mágica, inscripciones sobre un desastre natural, canciones, y cartas que remarcan las preocupaciones e intereses más notables de los antiguos egipcios.
En The Smithsonian podemos leer que este libro recientemente editado constituye una obra completamente novedosa:
Antes de este nuevo volumen, el Libro Egipcio de los Muertos había sido el texto más ampliamente difundido del antiguo Egipto. Aunque esta obra resulta interesante e incluye hechizos que dan instrucciones a los muertos indicándoles cómo alcanzar el más allá, no es de fácil lectura. A diferencia de los mitos o poemas épicos griegos y romanos, no ofrece a los lectores no especializados demasiada información acerca de la vida cotidiana y las ideas de los antiguos egipcios.
Escena de pesaje del corazón en la que aparece sentada la diosa Ammit. Libro de los muertos de Hunefer. (Public Domain)
Wilkinson apunta que existían ya algunas traducciones disponibles de parte de los documentos incluidos en su colección, aunque apunta asimismo que aquellas traducciones fueron realizadas hace ya más de cien años, por lo que pueden resultar de difícil lectura para la mayoría de lectores modernos. Sin embargo, al traducir los textos él mismo, ha reconocido cómo “se sintió impactado por emociones humanas en las que la gente de hoy en día puede verse reflejada.”
Imagen de portada: Fragmento del Libro de los Muertos del escriba Nebqed, reinado de Amenofis III (1391 a. C. – 1353 a. C.), dinastía XVIII. Nebqed comparece ante el dios egipcio de los muertos acompañado por su madre Amenemheb y su esposa Meryt. (Public Domain)
Autor: Alicia McDermott