El 12 de enero del 2017, la cadena BBC News daba una noticia relacionada con María Magdalena, la mujer a la que se describe como “compañera íntima” de Jesús en el Nuevo Testamento. El Vaticano ha elevado recientemente su estatus entre los santos equiparándola con los discípulos masculinos de Jesús, y en breve se estrenará un nuevo largometraje sobre su vida protagonizado por Rooney Mara (Millenium: los hombres que no amaban a las mujeres). La mayoría de la gente estará familiarizada con este personaje bíblico gracias al novelista Dan Brown, quien sugiere que María Magdalena fue la esposa de Jesús. La Iglesia, por supuesto, niega vehementemente esta idea, y ciertamente no encontramos confirmación de esta teoría en ningún pasaje de la Biblia. Sin embargo, desde la época medieval, el retrato de María Magdalena en un papel diferente pero igualmente ilustre está lejos de haber quedado olvidado: fue la custodia del Cáliz de Magdalena, un tesoro bíblico que podría ser el Santo Grial original.
En la actualidad, el Santo Grial es considerado habitualmente la copa de la que habría bebido Cristo en la Última Cena. Según la Biblia, Jesús compartió una última comida con sus discípulos poco antes de ser detenido, juzgado y condenado a muerte. Cuenta la leyenda que uno de los seguidores de Jesús, José de Arimatea, utilizó esta misma copa para recoger algunas gotas de la sangre de Cristo durante la Crucifixión, confiriendo de este modo al cáliz un poder divino. Aquellos que bebían de él, según se decía antiguamente, sanaban de todas las enfermedades, pudiendo incluso alcanzar la inmortalidad. En el libro El código Da Vinci se habla del Grial como una mera representación simbólica del supuesto linaje o “sangre” de Jesús a partir de un matrimonio secreto con María Magdalena. Pero en las tradiciones originales el Grial era algo ciertamente diferente.
La primera vez que el Grial aparece en la literatura –al menos en la literatura más antigua que ha llegado hasta nosotros– es en la leyenda del rey Arturo. La mención más antigua la encontramos allá por el año 1190 en la obra del poeta francés Chrétien de Troyes, quien describe la reliquia como un plato de oro con incrustaciones de piedras preciosas. Al quedar el relato inacabado tras la muerte de su autor, nada sabemos en relación con el origen del Grial. Sin embargo, cuenta la leyenda que comer de él (recordemos que era un plato según Chrétien de Troyes) prolongaba la vida indefinidamente. Mientras tanto, en Alemania, Wolfram von Eschenbach componía otro romance artúrico en el que se describe el Grial como una piedra mágica que de algún modo nutría y garantizaba la sabiduría a quien lo poseyera. Y en Gran Bretaña, un cuento galés anónimo titulado Peredur se refiere al grial como la cabeza de un decapitado –cuya identidad se desconoce– cabeza que imparte enseñanzas pronunciando sabias palabras. Existen obras literarias medievales en las que el Grial es toda una variedad de elementos, como por ejemplo una talla de Cristo, un libro, e incluso los huesos de la Virgen María.
La etimología de la palabra Grial no está clara. A pesar de la popularización de la teoría de Dan Brown según la cual San Graal (en francés antiguo “Santo Grial”) procede de las palabras sang réal –“sangre real”– la mayoría de los expertos en literatura antigua opinan que la expresión tiene su origen en la palabra gradalis, que en latín medieval significa plato o recipiente. Cualquiera que sea su etimología, para principios del siglo XIII la palabra se encontraba ya firmemente vinculada a cualquier reliquia sagrada que se creyera relacionada de algún modo con el Jesús de la historia. Fue solo a final de la Edad Media cuando el Grial pasó a ser considerado exclusivamente la copa de la Última Cena, ya que muchos autores literarios siguieron la estela de la obra más antigua en la que aparece como tal: José de Arimatea, escrita por el poeta borgoñón Robert de Boron en torno al año 1200.
Al igual que en otros relatos artúricos, en la obra de Robert de Boron los caballeros de Arturo buscan el Grial para curar al rey de un mal que le impide reinar en Gran Bretaña de forma eficaz. En muchos romances artúricos medievales uno de los caballeros de Arturo, generalmente Perceval, descubre el Grial en la capilla del Castillo Blanco, fortaleza que se encuentra en la Ciudad Blanca.
‘Perceval y la doncella del Grial’, obra del pintor alemán del siglo XIX Ferdinand Piloty. (Revista Eco)
De hecho hay en Inglaterra un castillo que era conocido en la Edad Media por este nombre. Construido de piedra clara, de la que recibe su nombre, se encuentra en la población de Whittington del condado de Shropshire, cerca de la frontera entre Inglaterra y Gales. La cosa no acaba ahí, ya que el nombre de Whittington procede en realidad del antiguo inglés y significa, literalmente, Ciudad Blanca (“White Town”).
El Castillo Blanco de Whittington. (Fotografía: Deborah Cartwright)
A principios del siglo XIII, el propietario del castillo, un barón de nombre Fulk Fitz Warine, se convirtió en protagonista de un cuento romántico de autor anónimo, titulado Fulke le Fitz Waryn, en el que el castillo de Whittington aparece específicamente asociado tanto a la leyenda de Arturo como al Santo Grial. Comprensiblemente, al referirse este y otros romances artúricos al “Castillo Blanco de la Ciudad Blanca,” las tradiciones de la zona vinculan este lugar con la leyenda del Grial. Resulta fascinante el hecho de que, a mediados del siglo XIX, un descendiente directo de Fulk Fitz Warine aseguraba que su familia había custodiado el Grial durante siglos, y que aún lo poseía. Se trataba de un anticuario de Shropshire de nombre Thomas Wright (descendía de los Fitz Warine por línea materna.)
Curiosamente, el Grial que Wright afirmaba poseer no era ninguno de los objetos ya mencionados, sino un frasco de perfume que supuestamente habría pertenecido a María Magdalena.
María Magdalena con el Frasco Sagrado, óleo del pintor italiano del siglo XV Andrea Solari. (The Commandery of Saint Michael)
Según la Biblia, María Magdalena poseyó de hecho un frasco de este tipo. Parece que estaba hecho de alabastro (Marcos 14,3), y ungió los cabellos de Cristo con este precioso óleo como señal de que le aceptaba como su Salvador. En el Nuevo Testamento también podemos leer que María Magdalena fue a la tumba de Cristo para embalsamar su cuerpo con aromas tras ser enterrado (Marcos 16,1), una práctica habitual entre los judíos en aquella época. La tradición cristiana sostiene que llevaba estos aromas en el mismo frasco y que a continuación recogió algunas gotas de la sangre de Cristo cuando éste se apareció a ella tras la Resurrección (en el Evangelio de Marcos, capítulo 14, versículo 8, leemos que Jesús ya había predicho que ella embalsamaría así su cuerpo). El recipiente se convirtió de este modo a lo largo de la Edad Media en una famosa reliquia, al parecer perdida, y durante siglos numerosos artistas pintaron a María Magdalena con este frasco.
Cristo resucitado y María Magdalena ante el sepulcro en un óleo de Rembrandt. Junto a la Magdalena podemos ver su famoso frasco de alabastro. (Public Domain)
¿Era este frasco, conocido como el Cáliz de Magdalena, el que Thomas Wright aseguraba poseer? ¿Qué fue de él, de ser así? Cabe destacar que, siguiendo el espíritu de las leyendas del Grial, Wright afirmaba haberlo ocultado en un lugar secreto. Evidentemente, al no tener hijos a los que legarle este tesoro, Wright dejó tras de sí antes de su muerte (1877) un complejo rastro de pistas que conducirían a la localización del supuesto Grial.
Conocí esta curiosa historia por primera vez cuando investigaba las leyendas artúricas, y finalmente llegué a la conclusión de que Wright probablemente poseyera algo que él creía realmente que era el Santo Grial y que habría ocultado: sin duda se tomó considerables molestias para dejar una serie de pistas que llevaban a algo. Y ya que podía –quizás podía– tratarse del mismo objeto que se creía que era el Grial y se encontraba en el castillo de Whittington en el siglo XIII, decidí intentar resolver el enigma de Wright.
Thomas Wright. (CC BY 4.0)
En un principio, sin embargo, dudaba que este antiguo objeto oculto tuviera algo que ver con Jesús o con María Magdalena. La época medieval resuena con relatos de caballeros cruzados que regresan de Tierra Santa con supuestas reliquias bíblicas, muchas de las cuales probablemente les vendieron ciudadanos de la zona para sacarles los cuartos a los crédulos invasores. Por otro lado, como parece que el Cáliz de la Magdalena se hallaría en el lugar en el que las leyendas artúricas más antiguas sitúan al Santo Grial, siendo también el lugar donde fueron creados dichos relatos, podía –de nuevo quizás podía– tratarse de la reliquia que dio pie a la leyenda del Grial.
La vidriera de los Evangelistas diseñada por Wright e instalada en la iglesia de St. Luke de Hodnet. (Fotografía: Graham Phillips)
Las pistas que dejó a Wright eran bastante enrevesadas, y para quien esté interesado, en mi web personal las expongo en detalle. Conducían finalmente a una vidriera policromada que el propio Wright había diseñado e instalado cerca de su lugar de residencia, en la iglesia de St. Luke de la población de Hodnet, en el condado de Shropshire (Inglaterra). Quienes hayan leído mi anterior artículo de Ancient Origins recordarán la apasionante historia de la bella vidriera en la que se ocultaban las pistas que llevaban al lugar en el que el historiador del siglo XIX Jacob Cove-Jones creía que se encontraba el tesoro templario. Significativamente, Cove-Jones y Thomas Wright no solo se conocían, perteneciendo ambos a la Asociación Arqueológica Británica, sino que además eran parientes. Parece que la costumbre de dejar un rastro de pistas históricas como cierta forma de epitafio personal era una especie de tradición familiar.
En la vidriera policromada de Wright aparecen los cuatro evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Pero en esta vidriera la figura de Juan presenta un aspecto poco habitual. Aunque los otros tres evangelistas aparecen junto a sus respectivos evangelios, Juan porta un cáliz de oro: la imagen tradicional del Santo Grial.
Detalle de San Juan con el cáliz de oro en la vidriera policromada de Wright. (Fotografía de Graham Phillips)
Pero lo que resulta más destacable es que al mirar de cerca la figura parece tratarse de una mujer. Los otros tres evangelistas tienen barba, mientras que Juan es completamente lampiño y presenta rasgos decididamente femeninos. No solo eso, sino que además la figura parece vestir ropas de mujer para ocultar sus pechos. ¿Es posible que este personaje y su cáliz representen a María Magdalena – que no en vano es la persona más íntimamente vinculada a la sagrada reliquia?
Fue esta imagen la que finalmente me llevó al lugar en el que al parecer Thomas Wright ocultó su tesoro. En la ventana, por encima de las cabezas de las figuras, encontramos los símbolos acostumbrados para los cuatro evangelistas: un toro, un león, un ángel y un águila. Cuatro estatuas que representaban exactamente los mismos símbolos fueron erigidas por orden de Thomas Wright en una cueva horadada en una colina denominada White Cliff, en Hawkstone Park, a una distancia de un par de millas. Como la imagen que aparece por encima de la figura que porta el cáliz es un águila, quizás sería en el interior de la estatua del águila de Wright donde se encontraba oculta la reliquia.
White Cliff en Hawkstone Park. La cueva que alberga las estatuas está justo por debajo del arco en ruinas. (Fotografía: Graham Phillips)
Me sentí desolado al descubrir que en 1920 un hombre de negocios de la zona llamado Walter Langham decidió trasladar las estatuas para decorar su jardín, y que al intentarlo la estatua del águila se rompió, descubriéndose en su base una cavidad en la que se encontró un objeto que fue descrito como una pequeña copa de piedra.
Graham examina en las cuevas de Hawkstone Park los fragmentos de la estatua del águila en cuyo interior se encontró una pequeña copa de piedra. (Fotografía: Deborah Cartwright)
Parecía que el objeto que Thomas Wright y sus antepasados habían creído durante generaciones que era el Santo Grial había sido descubierto por accidente décadas atrás, y probablemente desechado. No obstante, cuando finalmente encontré a la bisnieta de Thomas Wright en la ciudad de Rugby, en el interior de Inglaterra, me sentí encantado al descubrir que aún conservaba la copa. Ni ella ni nadie de su familia consideraba a este objeto algo particularmente especial, desconociendo la historia de Thomas Wright y sus enrevesadas pistas. Hasta donde ella sabía se trataba simplemente de una extravagancia interesante. La familia solo la conservaba por las extrañas circunstancias en las que fue descubierta: ¿cómo es que se encontraba oculta en el interior de una estatua? Me quedé asombrado al descubrir que la copa estaba aún en su ático, sepultada bajo un montón de trastos acumulados durante años.
El frasco de perfume descubierto en el año 1920 en el interior de la estatua del águila de Thomas Wright. (Fotografía: Graham Phillips)
Cuando su propietaria me enseñó la copa, en un primer momento me sentí decepcionado. Era tan pequeña. Unos 4,5 centímetros de alto y poco menos de 4 centímetros de ancho, con aproximadamente la forma y el tamaño de una huevera de piedra verde. De hecho, al encontrarse su borde plegado hacia dentro, la familia Langham supuso que se trataba de un antiguo recipiente victoriano para mostaza.
Cuando la familia me permitió llevar la pieza al Museo Británico para su análisis, todo cambió. La “copa” fue identificada como un frasco de perfume de la época romana que en el pasado habría tenido tapa. Era exactamente lo mismo que el famoso frasco de María Magdalena. Sorprendentemente, por su estilo, fue datado en torno al siglo I d. C., precisamente la época en la que vivió la Magdalena. Y lo que resulta aún más asombroso, estaba hecha de alabastro verde de una variedad que únicamente se encuentra en Egipto, bastante cerca de la antigua Judea en la que la Biblia sitúa la vida de Cristo. Era justo lo que el Nuevo Testamento nos dice de la reliquia de María Magdalena: un frasco de alabastro.
Primer plano de la copa hallada en Hawkstone Park. ¿El legendario Santo Grial? (Fotografía: Graham Phillips)
Ninguno de estos datos constituía una prueba positiva de que el frasco hubiese pertenecido realmente a María Magdalena o contenido la sangre de Cristo, pero era de la misma época y procedía de la misma región, y estaba hecho del mismo material del que habla la Biblia. Lo que sin duda es cierto, en mi opinión, es que aparentemente se creía que este objeto era el Grial en la época en la que fueron escritos los primeros romances artúricos. Había permanecido oculto durante siglos en el lugar en el que las antiguas leyendas ubican a la sagrada reliquia: el Castillo Blanco de la Ciudad Blanca (Whittington). Si estoy en lo cierto, lo que encontré fue el objeto que dio pie al nacimiento de la leyenda original del Grial. En efecto, el antiguo, perdido y olvidado Santo Grial.
En la web de Graham Phillips puede encontrar una exposición más detallada de su investigación: https://www.grahamphillips.net/chalice/chalice1.html
Así como en su libro El cáliz de María Magdalena | Vea también la entrevista de Natalie-Marie Hart al autor
Imagen de portada: Composición - María Magdalena (Public Domain) y vidriera con la imagen de un cáliz (Joel Kramer/CC BY 2.0)
Autor: Graham Phillips
Este artículo fue publicado originalmente en www.ancient-origins.net y ha sido traducido con permiso.
Fuentes:
Trevor Timpson, January 2017. ‘Does Catholic praise for Mary Magdalene show progress towards women priests?’ BBC.com [Online] Disponible en: https://www.bbc.com/news/uk-38528682