Cuando sólo eres un niño el simple hecho de escuchar la palabra cementerio te infunde temor. Si además, los mayores te aseguran que allí se encuentran enterrados hombres malos, el temor se transforma en terror. Nunca llegamos a acercarnos lo suficiente para ver qué se ocultaba tras el vallado, en aquel lugar sombrío, lúgubre y solitario. Todo ello, sumado a que se encuentra muy cerca de un gran barranco y a las afueras del pueblo, hacía que permaneciéramos siempre a mucha distancia de él. No, lo cierto es que nunca quisimos saber más.
Durante el siglo XIV en Valencia, España, los condenados a muerte eran ajusticiados en la plaza del mercado de la ciudad. Tras su muerte, los cadáveres eran exhibidos en esa misma plaza durante varios días hasta su descomposición como forma de escarmiento. Después de algunos años de quejas por parte de los vecinos, debido a la insalubridad de tal práctica, el Consejo de Valencia decidió trasladar los restos de los ajusticiados a un lugar alejado de la ciudad, exactamente “a una hora de Valencia” fueron las palabras de los miembros de la junta inquisitorial.
El lugar elegido fue uno de los márgenes del barranco del Carraixet, a escasos metros de una de las cruces que marcaba el límite de la ciudad de Valencia, en la pedanía de la población de Tabernes Blanques.
Fotografía actual del antiguo cementerio de los ajusticiados. (Fotografía: Historia Enigmática).
Afortunadamente para el ser humano, siempre ha habido almas caritativas en el mundo. Por eso, y pese a que paradójicamente formaban parte de la misma institución que los había condenado, fue la cofradía de la Mare de Déu dels Desemparats la que se hizo cargo de que todos aquellos ajusticiados a los que se había dado muerte en la horca, o en el garrote vil, tuvieran al menos una digna sepultura.
El día de la ejecución, los capellanes celebraban una misa al amanecer y junto a los cofrades, acompañaban al reo hasta el lugar del patíbulo. Después, el cortejo fúnebre llevaba el cadáver hasta el Carraixet y allí volvían a ser “ahorcados” hasta que el tiempo y las alimañas los hacían casi desaparecer. Tras unos días, los miembros de la cofradía rezaban una oración al difunto y los enterraban.
A día de hoy -y aunque hayan pasado 180 años desde que el último condenado fuese sepultado en el cementerio-, sigue siendo esa misma cofradía la que se ocupa del cuidado y mantenimiento del pequeño jardín bajo en el que descansan los difuntos, y cada último domingo de mes se realiza una misa en su recuerdo.
Cruz y lápida que señalan la fosa donde se encuentran enterrados los cuerpos. (Fotografía: Historia Enigmática)
Para llevar a cabo tal fin, en 1447 se construyó frente al cementerio la Ermita de los Desamparados. No solo se ocuparon de dar sepelio a los condenados a muerte, también se encargaron de que todos aquellos que carecían de medios o se encontraban en situación de desamparo pudieran, al menos, descansar en camposanto.
Ilustres nombres son los que allí fueron enterrados. El general Francisco Javier de Elio, capitán general de Valencia, ejecutado en 1822 tras el triunfo de la Revolución Liberal. También se encuentran allí los restos de José Romeu, guerrillero saguntino y comandante de los Batallones de Milicia Urbana de Murviedro durante la Guerra de la Independencia y ajusticiado en 1812. Asimismo, se dice que allí descansa Cayetano Ripoll, la última víctima del Santo Oficio en 1826. Aunque realmente esté último no fue condenado por la Inquisición, sino por una junta de fe.
A lo largo de los años, por su cercanía al barranco, el cementerio ha sufrido las consecuencias de varias de las inundaciones sufridas al desbordarse el Carraixet, por lo que parte de sus muros originales se han perdido.
Retrato del general español Francisco Javier de Elío, (1767-1822). Museo del Prado de Madrid, España. (Public Domain)
En la actualidad el cementerio se encuentra cerrado al público, y los únicos visitantes que recibe son los operarios de mantenimiento del ayuntamiento o los miembros de la cofradía de La Mare de Déu dels Desemparats, que en el día de Todos los Santos depositan un ramo de flores en memoria de las almas de los que allí reposan.
En ocasiones, los llamados hombres malos solo eran víctimas de su tiempo que, por contradecir o simplemente poner en duda lo establecido, eran acallados sin remisión alguna. Que al menos el hecho de conocer su historia nos sirva para no repetirla.
Imagen de portada: Panorámica del cementerio de los ajusticiados. Fotografía de 1920. (Foto: Historia Enigmática)
Autor: Carolina García Alvarado – Historia Enigmática
Este artículo fue publicado originalmente en Historia Enigmática y ha sido publicado de nuevo en Ancient Origins en Español con permiso.