La primera mención de la lepra ―así como su cura ritual mediante plegarias― aparece con el nombre de kilasa (‘mancha blanca en la piel’) en el texto hinduista Átharva-veda de finales del II milenio antes de Cristo. La lepra, esa enfermedad infecciosa, contagiosa ―aunque de nula transmisibilidad cuando está debidamente tratada―, fue históricamente incurable, vergonzosa y causa de innumerables mutilaciones.
En la actualidad sabemos que la lepra lleva afectando al ser humano desde hace, al menos, 4.000 años, porque en el año 2009, durante una excavación arqueológica localizada en Balathal (noroeste de India), se encontraron los restos óseos de un varón adulto, de unos 30 años de edad, con muestras de haberla padecido y de no haber recibido ningún tipo de tratamiento para curarla. Dichos restos se hallaron enterrados en ceniza de estiércol de vaca, dentro de un recinto de piedra de paredes gruesas, en los límites de un asentamiento. La datación por radiocarbono reveló que el esqueleto fue enterrado entre los años 2500 y 2000 a. C.
Durante la Edad Media, los leprosos estaban obligados a llevar con ellos unas pequeñas tablillas en la mano, llamadas tablillas de San Lázaro, (santo de leprosos y mendicantes) las cuales debían hacer sonar para avisar de su circunstancia a las gentes con que se topaban o, también, debían portar una campanilla y agitarla si se cruzaban con alguien. Por razones que aún nos son desconocidas las epidemias de lepra se redujeron drásticamente a finales de la Edad Media, y hace un siglo que prácticamente desapareció de Europa, al menos con respecto a los seres humanos. En gran medida, controlada gracias a los antibióticos, en la actualidad se producen al año alrededor de 220.000 casos nuevos.
Campanilla medieval de un leproso. Museum Ribes Vikinger, Dinamarca. (Cnyborg/GNU FREE)
Ahora, tal y como ha publicado el diario español ABC, un equipo internacional, liderado por investigadores de la Universidad de Edimburgo, ha descubierto dos tipos de lepra humana en la ardilla roja británica, uno de los cuales coincide con la cepa que hizo estragos en Europa durante el Medievo. Según el estudio, publicado en la prestigiosa revista Science, los bacilos han permanecido en los roedores durante cientos de años y, aunque por su alto nivel de infección son potencialmente peligrosos para las personas, los científicos aseguran que no hay motivos para que cunda la alarma: el riesgo de transmisión es bajo, debido al escaso contacto que hay con estos animales y a que su caza está prohibida en la mayoría de países.
El gran público suele desconocer que la lepra también afecta a algunos animales, como los armadillos, causantes de casos de infecciones a humanos. A partir de esa evidencia, los microbiólogos examinaron los cadáveres de 110 ardillas rojas de Inglaterra, Irlanda y Escocia, de los que trece mostraban signos de lepra, como hinchazón y pérdida de pelo en orejas, boca y pies, mientras que el resto no presentaba síntomas obvios. Los resultados de la investigación fueron rotundos: todas las ardillas con marcas de lesiones y el 21 % de las asintomáticas albergaban Mycobacterium lepromatosis, una forma de lepra altamente debilitante y descubierta recientemente, así como Mycobacterium leprae: el patógeno antiguamente asociado con la lepra.
Ilustración medieval del siglo XIV en la que se impide a dos leprosos entrar en una ciudad. Miniatura de un manuscrito de Vincent de Beauvais. (Public Domain)
Los expertos también han revelado que la cepa de Mycobacterium lepromatosis hallada en ardillas procedentes de Escocia, Irlanda y la Isla de Wight, en el sur de Inglaterra, se separó hace aproximadamente 27.000 años de una cepa humana similar, anteriormente encontrada en México. Por el contrario, el subtipo Mycobacterium leprae coincidió con la cepa detectada en los restos de un individuo de la Edad Media, enterrado en un cementerio de Winchester hace 730 años: a tan solo 70 kilómetros del lugar de origen de las ardillas infectadas, la Isla de Brownsea. Este hecho sugiere que la transmisión de humano a animal (y viceversa) ocurrió hace cientos de años, y que desde entonces los bacilos han permanecido en estos animales.
«Ha sido completamente inesperado ver que, siglos después de su eliminación de los seres humanos en el Reino Unido, la lepra afecta a las ardillas rojas. Esto nunca se había observado antes», ha explicado Stewart Cole, miembro de la Escuela Politécnica Federal de Lausana (EPFL) en Suiza, en declaraciones publicadas en el diario ABC.
Por su parte, Andrej Benjak, también miembro de la EPFL y uno de los autores principales del artículo, ha añadido lo siguiente:
«No hay ninguna razón para el pánico. La lepra autóctona no se ha detectado en el Reino Unido en las últimas décadas, aunque no podemos excluir la posibilidad de casos raros, no declarados o mal diagnosticados».
Enfermo de lepra de sólo 24 años fotografiado en 1886. (Public Domain)
Sin embargo, el estudio ha demostrado cómo un patógeno puede permanecer sin ser detectado en el ambiente incluso cientos de años después de haber sido erradicado de la población humana. Por ese motivo, los autores creen fundamental buscar otros casos de esta tenaz enfermedad, también fuera de las Islas Británicas.
Imagen de portada: Ardilla roja con lepra en su oreja derecha. (Fotografía: ABC/ Dorset Wildlife Trust)
Autor: Mariló T. A.