Uno esperaría que los líderes de la iglesia sean siempre el epítome de la eminencia ética y la integridad espiritual. Pero la realidad rara vez es tan simple. De hecho, en los anales de la historia antigua existe un capítulo peculiar que deja perplejos incluso a los historiadores más experimentados: la era de los tres papas.
El Vaticano, símbolo de unidad espiritual, alguna vez se vio atrapado en una maraña cismática, en la que no uno, ni dos, sino tres papas reclamaban autoridad simultáneamente. Este extraño episodio se desarrolló durante el Cisma de Occidente, un período tumultuoso de los siglos XIV y XV que sacudió los cimientos de la Iglesia católica y estuvo marcado por una lucha de poder alimentada por la ambición política y la codicia que provocó que tres papas reclamaran autoridad al mismo tiempo.
Las raíces de esta excentricidad se encuentran en la dinámica de poder y las maquinaciones políticas de la época. En 1378, el Papa Gregorio XI falleció, lo que provocó un cónclave papal para elegir a su sucesor. El cónclave, sin embargo, estuvo lleno de tensión, ya que las facciones romana y francesa dentro del Colegio Cardenalicio compitieron por el control. ¿El resultado? Se eligieron dos papas casi simultáneamente: el Papa Urbano VI en Roma y el Papa Clemente VII en Aviñón, Francia.
Este inesperado papado dual marcó el comienzo del Cisma de Occidente. La Iglesia ahora enfrentaba una situación sin precedentes, dividida entre dos pontífices, cada uno de los cuales reclamaba legitimidad. Como si esto no fuera suficientemente confuso, un tercer Papa con sede en Pisa, Alejandro V, fue elegido en 1409 por un grupo de cardenales descontentos tanto con Urbano VI como con Clemente VII.
Así, la Iglesia católica se encontró en un escenario surrealista: tres hombres, cada uno vistiendo la mitra papal, cada uno al mando de sus propios seguidores, y cada uno de ellos envuelto en una red de excomuniones y anatemas unos contra otros.
Retrato del Papa Martín V, que reemplazó a los tres Papas y reunió a la Iglesia Católica. (Dominio publico)
El Cisma de Occidente duró casi cuatro décadas, creando un atolladero eclesiástico que sólo sería resuelto en 1417 por el Concilio de Constanza. Durante este concilio, se instó a los tres papas existentes a dimitir, allanando el camino para la elección de un único pontífice, el Papa Martín V, que reuniría a la Iglesia Católica con su sede en Roma.
Es una rareza histórica que, a pesar de su resolución, continúa cautivando tanto a estudiosos como a entusiastas de la historia. La era de los tres papas sirve como un crudo recordatorio de que incluso los niveles más altos del liderazgo espiritual no son inmunes a las complejidades de la política y la ambición humanas. La unidad de la Iglesia, tan apreciada y venerada, quedó momentáneamente destrozada, dejando una marca indeleble en los anales de la historia antigua: un testimonio de las excentricidades que pueden surgir incluso dentro de las instituciones más sagradas.
Imagen de portada: Clérigos en disputa de las Grandes Chroniques de France del siglo XIV. Fuente: Dominio público
Autor Cecilia Bogaard