El sur de Ecuador fue una vez el hogar de un juego indígena fascinante que era una batalla literal por la supervivencia. Profundamente arraigado en las tradiciones culturales de las provincias de Azuay y Cañar, Pucara, también conocido como shitanacuy, era una forma de combate ritualista integral a las festividades de Carnaval celebradas anualmente en febrero o marzo. Esta angustiosa tradición prevaleció hasta la década de 1980, dejando una huella imborrable en la historia y el patrimonio cultural de la región.
En el corazón de Pucará había dos equipos rivales, cada uno con el objetivo de reclamar la victoria sobre el otro. Los jugadores, ataviados con varias capas de ropa, se embarcaron en este desafiante esfuerzo para proteger su honor y traer gloria a sus comunidades. Sin embargo, lo que realmente los distinguió fue su impresionante mecanismo de defensa: el cobijón. Este enorme sombrero de cuero, que medía casi 4 pies de ancho (1,22 m), se convirtió en un escudo vital contra la avalancha de proyectiles.
Los participantes también fortalecieron su espíritu a través del consumo de chicha, una bebida fermentada tradicional. Se creía que este potente elixir infundía coraje y preparaba a los jugadores para las intensas batallas que se avecinaban. La combinación del cobijón y la chicha creaba un aura de invencibilidad entre los competidores, elevando el juego a un nivel místico y simbólico.
El arma principal empleada en Pucara fue la honda, una honda especializada que se usa para lanzar varios objetos, como piedras y huesos, hacia el equipo contrario. El objetivo era golpear a los oponentes con precisión, tirándolos al suelo. Cuando un jugador caía, su adversario reclamaba su cobijón y hondas como trofeos, simbolizando la victoria.
Imagen representativa de una honda hecha con lana de alpaca en Bolivia. (Peter van der Sluijs / CC BY-SA 3.0)
Sorprendentemente, el derramamiento de sangre durante Pucara no fue visto como una horrible consecuencia del combate, sino más bien como una ofrenda de sacrificio a la tierra. Este derramamiento de sangre y sacrificio se consideró necesario para asegurar una cosecha abundante para el equipo triunfante, enfatizando el significado espiritual del juego y su conexión con la tierra.
A pesar de que se remonta a la época precolombina, el juego logró perdurar en regiones con recursos limitados y conflictos locales en curso. Según el historiador Juan Martínez Borrero, la supervivencia de Pucara a lo largo de los siglos sirve como testimonio de su importancia dentro de las comunidades y su capacidad para unir a las personas frente a la adversidad. Si bien Pucara puede haberse desvanecido con el tiempo, su legado sigue vivo en historias, recreaciones y ciertas costumbres durante las celebraciones del Carnaval.
Los juegos tipo pucará no se limitaron al sur de Ecuador. Estos rituales y prácticas panandinos reflejaban las creencias espirituales arraigadas en la cosmología andina, donde las hondas se usaban para la caza y la guerra al menos desde el año 2500 a. C. Estas costumbres estaban profundamente arraigadas en la reverencia por la naturaleza, los espíritus ancestrales, la interconexión de todos los seres vivos y la sabiduría ancestral. Pucara sigue siendo una parte apreciada del patrimonio cultural de Ecuador, un recordatorio de la resiliencia y el espíritu de las comunidades indígenas andinas en Azuay y Cañar.
Imagen de Portada: Imagen representativa de un hombre con una honda. Fuente: emerald_media / Adobe Stock
Autor Cecilia Bogaard