Una franja de ramas rotas que iba desde el suelo hasta los 3 metros de altura evidenciaba el paso de la bestia hacia el interior del bosque. Más adelante, el cazador observó que aquellas grandes huellas se unían a otras de iguales proporciones. El viento soplaba a su favor, lo que le permitió acercarse sin que los animales pudieran olerlo, pero cuando al fin logró contactar visualmente con la presa, su suerte pareció cambiar.
El calibre del fusil con el que había cazado osos y lobos durante años en la taiga siberiana era sencillamente demasiado pequeño para hacer frente a lo que se alzaba ante sus ojos: dos animales parecidos a los elefantes, lanudos y de color pardo, de colmillos curvados y espalda gibosa.
“El hombre era demasiado ignorante para saber que había visto a dos mamuts”, diría más tarde un diplomático francés apellidado Gallon, quien recogió este relato de un campesino ruso en 1920. Pero la historia volvió a repetirse el 28 de octubre de 1981, en la cercana región de Yakutia, cuando unos cazadores comunicaron haber visto una manada de estos elefantes prehistóricos pasar a unos 300 metros de distancia de donde se encontraban.
Tanto en 1920 como en 1981, campesinos rusos informaron de haber observado diversos ejemplares de mamuts lanudos. Ilustración de Joseph Smit para “El libro del reino animal” de William Percival Westell, 1910. (Public Domain)
Aunque oficialmente la especie se halle extinta desde hace unos 14.000 años, muchos rusos han declarado haber visto ejemplares de esta mega-fauna vagando por el corazón de la tundra siberiana. En especial, no son pocos los testimonios de cazadores nómadas, los únicos pobladores en los más de 7 millones de kilómetros cuadrados del inexplorado bosque boreal, que relatan el encuentro con lo que ellos suelen llamar vulgarmente las moles de carne.
Si bien la causa de su extinción nunca ha estado clara y la vegetación que los alimentó durante milenios aún crece en el norte de Europa, la posible supervivencia de los mamuts no parece un asunto de relevancia en la agenda de los paleontólogos.
No obstante, muchos se preguntan si los científicos no habrán firmado la extinción de esta especie con demasiada premura, tal y como sucediera con el llamado celacanto: una especie de pez a la que se daba por extinguida y que fue descubierta en 1938 como pieza habitual de pesca de los nativos africanos.
Ejemplar de Latimeria chalumnae, una de las especies de celacanto redescubiertas: un pez al que los científicos daban por extinguido. (Public Domain)
Uno de los pájaros dejó el grupo y se acercó hacia mí volando en círculos durante unos 5 minutos. Pude verlo realmente con claridad y, lo juro, nunca había visto una foto ni oído de un pájaro como ése.
Si los registros de mamuts se apilan por decenas, los de grandes lagartos que vuelan lo hacen por cientos. Tal es el caso del testigo R.W., un especialista en reptiles que tropezó en agosto del 2002 con una supuesta bandada de, al menos, 100 pterodáctilos desplazándose por los bosques de Viena.
Nunca había oído o visto una foto de un pájaro como aquél. Tenía una cabeza larga y calva y un pico alargado que se prolongaba desde la parte posterior del cráneo. Realmente parecía más un pterodáctilo que un pájaro.
Ejemplar fosilizado de un individuo joven de Pterodactylus kochi. Museo de Historia Natural de la Universidad de Oxford, Inglaterra. (Public Domain)
Después de haber trabajado para varios museos de Europa, R.W. afirmó haber observado cosas extrañas en su carrera, pero ninguna como aquellos animales volando sobre Viena, llegando a asegurar:
He pensado durante mucho tiempo si debía informar de esto. Pero a mí me parece totalmente claro que una nueva especie ha aparecido.
Si bien se estima que los pterosaurios desaparecieron hace 60 millones de años, la gran cantidad de supuestos avistamientos de estos vertebrados con alas hace que se comience a barajar la posibilidad de que la especie haya sobrevivido recluida en paraísos inexplorados, como sucediera con el dragón de la isla de Komodo: un reptil descubierto en 1910 cuya anatomía no parece haber sufrido grandes cambios en los últimos millones de años.
De hecho, la mayor parte de los testimonios de avistamientos de pterosaurios provienen de territorios poco poblados de Namibia, Zaire, Nueva Guinea, Kenia, Sudamérica y Australia. Los aborígenes llaman a estos agresivos animales Ropen, Kongamato o Ave del trueno, según las diversas tradiciones, y cuentan que suelen ocultarse en cuevas durante el día para salir a cazar cuando el sol comienza a ponerse.
El dragón de Komodo emplea su lengua para oler, detectar sabores y percibir estímulos. Descubierto en 1910, su anatomía no parece haber sufrido grandes cambios en los últimos millones de años. (Arturo de Frías Marqués/CC BY-SA 4.0)
Algunas de las historias de avistamientos más inverosímiles nos hablan de estos reptiles alados surcando el cielo de grandes ciudades o, inclusive, provocando accidentes aéreos, tal y como recogería en 1992 la revista semanal australiana People, cuando un avión de pequeño tamaño estuvo a punto de estrellarse contra lo que la azafata Maya Cabon describió como ‘un monstruo volador gigante’. “Era un clásico caso de pterodáctilo blanco de gran envergadura”, diría más tarde, por su parte, el antropólogo norteamericano George Biles, otro de los 24 pasajeros de la nave.
En muchas ocasiones, la probable existencia de pterosaurios se ha visto reforzada por imágenes fotográficas -o incluso vídeos- en los que parecen apreciarse grandes aves en lugares tan insospechados como el cielo del World Trade Center, en Nueva York, o tras haber sido abatidas por militares en la guerra civil norteamericana.
A los grupos anteriores podrían sumarse los ya clásicos monstruos lacustres, de los cuales abundan tanto tradiciones orales como material fotográfico. El Nahuelito en Argentina, Nessie en Escocia y Ogopogo en Canadá son tan sólo un puñado de ejemplos de las decenas de supuestos plesiosaurios avistados en las aguas de todo el planeta.
Fotografía captada en el año 1977 en el Lago Ness en la que supuestamente asoma la cabeza de Nessie, el mítico monstruo que según la tradición habita en estas aguas escocesas. (Public Domain)
En África, y más concretamente en lo más profundo de las selvas congoleñas, los nativos siempre han dado una descripción muy exacta de animales cuyas características se corresponden perfectamente con las de dinosaurios supuestamente extintos. Las historias de triceratops (llamados en la lengua local Emela-ntouka), tiranosaurios rex (Kasai rex), saurópodos (Mokèlé-mbèmbé) y estegosaurios (Mbielu-Mbielu-Mbielu) son tan sólo algunos ejemplos del mítico bestiario africano.
Muchos intrépidos científicos incluso se han atrevido a reconocer que en la actualidad, el hábitat de muchas especies se halla en las mismas condiciones que hace millones de años, y que al igual que ocurre con el caso del celacanto y otros fósiles vivientes, otros antiguos pobladores de la Tierra estarían esperando ser redescubiertos en un futuro cercano.
Por último, teniendo en cuenta el fenómeno paleontológico del ‘Taxón Lázaro’, en el que una especie identificada a través de un fósil parece reaparecer después de haber sido dada por extinta en un cierto estrato geológico, y considerando que cada año los científicos descubren cientos de nuevas especies en los lugares más vírgenes de la Tierra, las historias de mamuts, pterosaurios y otra fauna de la prehistoria disfrutarán de un lugar seguro en los libros y las mentes de los aficionados a los misterios y enigmas… Y allí sobrevivirán hasta que el último lugar de la Tierra quede sin explorar o, al menos, por un buen espacio de tiempo.
Representación artística de un ejemplar de ‘emela-ntouka’. (Tim Bertelink/CC BY-SA 4.0)
Imagen de portada: Supuesto cuero cabelludo de un ‘yeti’ expuesto en el monasterio Khumjung de Nepal. (Fotografía: Nmnogueira/CC BY-SA 2.5)
Autor: Leonardo Vintiñi – La Gran Época